Me sumergí de cabeza en el mar de tus lamentos, en tu oleaje oscuro, en la agonía de tus versos. Tu mar sin calma, la cuna de tus cuentos. Me dejé arrastrar por tus mareas sin luna, por tus juicios sin testigos, tus condenas sin amor. Tus arrecifes sin coral, tus argumentos de espuma. Me convertí en náufrago sediento, sin lágrimas que devorar, me quedé sin voz. Se suicidaron las sirenas, sin más canto que un lamento. Confundí los latidos de mi corazón, con el tembloroso clamor de tus labios heridos, el sonido atronador de tu despertar tardío. Lecho vacío de algas y sal, trampa que nubla la razón. Regresé de nuevo a tu playa sin orillas, donde el paso firme y desnudo ya no puede caminar, allí donde tu furia se disfraza de humildad. Alcancé con las manos la brisa fresca de un nuevo despertar, el cielo abierto, mi casa, mi refugio, mi hogar. Donde tantas veces soñé contigo y te invité a entrar, en mi propio centro, en mi mirada, en la más bella galaxia do
Diego Rivera: Gracias porque eres, por la oscuridad que permite ser iluminada y por esperar la nimia presencia.
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